Si queréis realizar verdaderos milagros, tratad al hombre como a un sér superior –
aunque un demonio sea–, al niño como a un hombre, al animal y al loco como a un
niño, como a un irracional a la planta, y al propio mineral como a un vegetal
cualquiera.
El alcance trascendental de semejante proceder no os lo podéis imaginar
buenamente. Desde la Pedagogía y la Sociología, hasta la Agricultura y la Zootecnia,
todo se encierra en esto. Vais a verlo.
Cuantos conocen el corazón humano, saben que el bien y el mal están, ligados en
nuestras acciones de un modo inextricable. El afán de riqueza, fama y honores; el
temor al dolor, el anhelo insaciable del placer, el mismo apego a la vida, suelen ser el
móvil de nuestras acciones; pero es tan intensa y honda la fuerza de la Ley de Justicia,
que en la enconada lucha del altruísmo del Ideal con el egoísmo de nuestra condición
misérrima, siempre se deja oír su voz en el fondo de nuestro espíritu, voz a la que suele
llamarse conciencia, estado sublimal tocado de la infinitud de lo divino.
Mientras más perverso sea un hombre, tanto más ansioso está su conturbado espíritu
de esa ilusión del bien que parece negarle sus dones excelsos. Un solo toque a su
vanidad, un solo empuje en tal sentido, dado con buen arte, pueden producir en su
condición malvada beneficios e impulsos pasionales hacia lo justo, tanto mayores
cuanto más apartado se halle habitualmente de estado tal.
Acordaos, si no, de aquel Cartouche tan bien educado, que se deshace en excusas
ante una dama por haberla asustado al arrojarse desde el tejado por la chimenea,
huyendo de sus perseguidores; de aquel Mussolino, encanto de las mujeres; de aquellos
Tempranillos y Panchamplas de nuestra Andalucía, devolviendo el dinero robado, y
doble más, a determinados desvalidos, y realizando, a su modo, acciones generosas
que aún admira el vulgo, en Diego Corrientes y Caparrota. Proverbiales son, también,
los buenos sentimientos de ciertas prostitutas y la justicia distributiva que suele reinar entre los malhechores, tahúres y demás gentes de su especie.
Aunque por dentro quede otra, y estemos siempre en guardia, nada resulta tan
práctico como dar el trato más selecto a los más pillos. Todo el que tenga alguna
experiencia mundial habrá podido apreciar alguna vez las ventajas de proceder
semejante, practicado con tacto exquisito, cosa nada extraña, porque un ángel caído
es todo hombre, y en los pliegues más hondos de su inconsciente, yace ese recuerdo
vago, como la primera de sus ideas innatas, que le llama desde lejos hacia una
redención siempre posible.
En tratar al niño cual a un hombre pequeño, cifra hoy la Pedagogía integral su mayor
triunfo. Desde que Lindsey, George, Perry y Wilcox han descubierto al niño normal en
el niño delincuente, y desde que hemos averiguado que el pequeñuelo, dentro de su
progresiva condición, y antes de pensar con lógica, obra lógicamente, se ha ensayado,
sobre todo en América, el sistema de gobierno escolar de los niños por los niños, con
los maravillosos resultados que de la Escuela-Colonia de Franklin nos refiere Ernest
Nilson, en el Monitor, de Buenos Aires, transcrito por La Educación Flsica Nacional.
Dichos sistemas, que hacen al niño la justicia de considerarle un hombrecito, un
ciudadano futuro, demuestran cumplidamente nuestro aserto, y aqueste tema resulta
digno de un extenso artículo donde se estudiase esa compleja condición instintiva del
pequeño que, sin razonar, lo adivina todo y angelicalmente todo lo dice…
Conozco la casa donde me quieren con lealtad o donde me traicionan, por los
sirvientes y por los niños.
En cuanto a los animales irracionales y a los locos, tratarlos debemos como a niños,
con amorosa indulgencia, con sensata solicitud, a la que siempre, y en todo caso,
responden. Respecto de los segundos, nos dieron buen ejemplo hace dos años los
asilados de Ezquerdo, alternando, en toda la extensión de la palabra, con los cuerdos,
en cierto banquete íntimo, donde comieron como discretos, pronunciaron brindis y
hasta trabajaron en él teatro… De los animales, no hay sino comparar los cautelosos
gorriones españoles, apedreados siempre, con los confiados gorriones parisienses, comen en las manos mismas del público de los jardines, o parangonar el caballo de cab
inglés, docilísimo a la intención, casi más que a la mano del que lo guía, sin pegarle
nunca, con nuestro penco de plazuela, eternamente mal comido, apaleado en vida, y
expiando con la muerte las culpas de sus brutales dueños destripado en la arena de la
barbarie taurina. La selección cuidadosa que la Zootecnia preconiza; aquí se opera a la
inversa con los malos tratamientos a los animales de toda especie, gracias a lo cual
nuestras degeneradas razas pecuarias, caballares, bovinas, etc., no son ni sombra de lo
que antaño fueron, y ser pudieran nuevamente, y aquí de la misión social que llenan
las protectoras de animales y plantas, por las que yo quisiera que nuestro pueblo se
interesase como corresponde a su cultura.
Si las ventajas del cuidado tutelar de las plantas no equiparase ya bastante a éstas con
los animales en sus curaciones, tratamiento de parásitos, selección, etc., tenemos
demostrado con los profundos estudios de la nitrificación, los fermentos del suelo, los
abonos químicos, etc., que hoy, gracias a la Ciencia, piensamos a las plantas
exactamente igual que a los animales: tanto nitrato potásico para el garbanzo, tanto
fosfato de cal para las gramíneas, tanto y cuanto mantillo para el apio de la huerta.
Hasta esos minerales, aparentemente inertes, tocados están de una biología que ha
nacido en el mismo siglo dichoso que ha roto también con la inmutabilidad de los
cielos. Ya hay Tratados en lengua inglesa y alemana acerca de las enfermedades de las
perlas, de las atonías de transparencia del diamante y otras cosas a este tenor, de las
cuales hace cincuenta años nos hubiéramos reído. Dichos Tratados opinan como
nosotros en lo relativo a considerados minerales como unas plantas de larguísima vida,
que plantas parecen, al fin, las herborizaciones cristalográficas, las dentritas del cuarzo
y manganeso, los musgos de cobres, plomos y platinos.
Creo haberos convencido, lectores, de la bondad del aforismo que encabeza este
artículo; pero, en realidad, hubiera podido ahorrarme todo otro razonamiento que no
fueran los nacidos de la sana y calumniada filosofia. Un mineral que se transforma en
una planta, una planta en un animal, un animal en un hombre, un hombre en un rishi y
un rishi en un dios, dice la Doctrina Arcaica.
También nos dice lo mismo, en parte, la evolución darwiniana.
Nuestra magia, pues –como todas las magias buenas–, se reduce a una cosa trivial,
evidentísima: la de ponernos de parte de la Ley Natural en sus progresos para realizar
imposibles, que son posibles, removiendo los obstáculos que se oponen a su
desenvolvimiento. Esta es la moderna ciencia de hacer milagros. Creedlo. Algo
semejante ha sido también entre los pueblos de Oriente la incomprendida taumaturgia.
Dr. Mario Roso de Luna
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