Por su naturaleza verdadera, el hombre es un espíritu, un habitante del cielo; su
forma material limitada es el resultado de sus deseos materiales; él sueña en una existencia
material, que toma por realidad hasta que vuelve a despertarse a la conciencia propia de su
naturaleza verdadera. Cuando se despierta, está libre su voluntad, pero en el sueño de este
mundo está encadenada. La voluntad del hombre que se ha despertado a la verdadera
autoconciencia, es la Voluntad de Dios; cuando el hombre se reconoce a sí mismo en la
Verdad sabe lo que es la Voluntad del Altísimo. El hombre, como ser espiritual, etéreo,
lleva una envoltura material y animal, la cual toma por su “yo”; cuando alcanza el
conocimiento de su constitución verdadera, queda libre de esta envoltura su “personalidad”
(persona-máscara). Este libramiento de la ilusión del “yo” es el sacrificio que no es tal
“sacrificio”, sino una liberación que no puede efectuarse por amor al “yo”, porque no puede
dominar el yo al yo, la ilusión a la ilusión.
Esa liberación se efectúa por la fuerza del conocimiento del Yo divino en nosotros,
el cual, desde el punto de vista material es nuestro No-Yo, pero, desde el punto de vista
espiritual, es el Yo único verdadero de la humanidad entera. Aquí no se trata de ninguna
“absorción en la nada”, sino de una elevación en la Divinidad. Un lurte se forma en el
Océano; es diferente del agua tan sólo por la forma, pero no en su naturaleza; se derrite y
entones es lo que era antes. En la conciencia universal se forma la ilusión de la personal a
consecuencia del deseo de existir personalmente. Nada se gana con la desaparición de la
forma, porque existe todavía la personalidad con sus consecuencias.
Franz Hartmann
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