Hace años, un conocido empresario de conferencias, entre cuyos conferenciantes figuraban Juan B.
Gough, Enrique Ward Beecher y otros de la misma
talla, me refirió un caso sobre el cual he reflexionado
mucho desde entonces.
Era hombre de valioso carácter, muy sentimental y
observador de las fuerzas internas.
Desde joven se
marchó de su casa y encontró colocación en un vapor
del Misisipí. Un día, al cruzar la cubier ta del barco
que navegaba río abajo, pensó repentinamente en su
madre y en su hogar. Durante el resto del día estuvo
con el ánimo muy deprimido, y el suceso fué tan
extraordinario y la impresión tan viva, que lo anotó
en su diario. Algún tiempo después, al volver a su
casa, encontróse en el patio con su madre, quien
llevaba en la cabeza un gor ro que él jamás le había
visto llevar. Se quitó ella el gorro enseriando una
tr emenda cicatriz en la cabeza y diciendo que
hacía algunos meses, en tal día y a tal hor a, había
bajado al patio, y al apartar a un lado una piqueta de
muy afilada punta, tropezó con uno de los
alambres de tender la ropa, que al caer le dió en
la cabeza, produciéndole la profunda herida cuya
cicatriz le enseriaba. Al deshacer la maleta, consultó el
joven su diario, viendo que el día y hora indicados
por su madre coincidían con el momento en que a
bordo del vapor le había asaltado la repentina idea.
Madre e hijo se querían mucho y era indudable que el
pensamiento de ella al recibir el golpe fué a parar
telepáticamente al hijo ausente, cuya sensibilidad lo
capacitó para recibir la influencia mental del emitido
pensamiento.
Multitud de casos semejantes, todos ellos auténticos, podrían citarse. A veces nos asalta el repentino
pensamiento de un amigo de quien hacía meses no
nos acordábamos ni teníamos noticias de él. Otras
veces hemos deseado escribir a un amigo ausente
de quien nada sabíamos desde mucho tiempo, y al
cabo de uno o dos días recibimos carta suya que se
cruza con la nuestra. Estos y varios otros casos aná-
logos demuestran que los pensamientos no son algo
indefinido, sino fuerzas emitidas por la mente con
determinada influencia.
La transmisión del pensamiento es ya una verdad indiscutible, y aunque abunda la impostura en
este punto, no cabe duda de que el pensamiento es
energía. Una mente positiva y ejercitada es capaz de
dar forma a un pensamiento, que otra mente recibe
si está sintonizada con la del emisor del pensamiento.
Hace poco tiempo que se conoce científicamente la
telegrafía inalámbrica, y sin embargo siempre han existido
las leyes que la rigen. El conocimiento de
estas leyes y el uso de aparatos emisores y receptores nos capacita para expedir mensajes a centenares de
kilómetros de distancia, sin necesidad de alambres.
Aunque es mucho lo que conocemos de las vibraciones eléctricas quizás es mucho más lo que ignoramos.
A mi entender el pensamiento es una modalidad
vibratoria. La mente emite el pensamiento como una
onda, que se transmite impr esionando a cuantas
otras mentes están dispuestas par a r ecibir la impresión, aparte de los efectos que varias clases de
pensamientos producen en las funciones corporales de
quien los emite. Por virtud de la ley de evolución, el
hombre va descubriendo y utilizando las fuerzas
sutiles de la naturaleza. Fijándonos en la luz, hemos
pasado por las velas de sebo y cera, el candil y velón de
aceite, el quinqué de petróleo, el gas, la electricidad y
las lámparas modernísimas de tungsteno y radio. Sin
embargo, acaso estamos en el principio y tal vez
antes de veinte años las más br illantes luces
eléctricas resulten todavía mortecinas. Muchos otros
ejemplos de nuestro gradual progreso de lo grosero
a lo sutil, relacionado con las leyes y fuerzas de la
naturaleza, acudirán seguramente a la memoria del
lector.
El vivo interés que pensadores e investigadores
como Sir Oliver Lodge, Sir William Ramsay y otros
muestran en el estudio de las energías psíquicas son
prueba de que adelantamos a pasos agigantados en
este particular. Algunos insignes sabios opinan que
estamos en época de prodigiosos descubrimientos en el
reino interior del hombre; y por mi parte creo
que pronto conoceremos exactamente la naturaleza
del pensamiento, sus métodos de actuación y las leyes de su empleo en la vida diaria. Podemos asegurar
que nada se substrae a la ley fundamental y absoluta
de causa y efecto.
Una de las leyes capitales de la vida humana tiene
por enunciado que según lo interior es inevitablemente lo exterior. Nuestros pensamientos y emociones son las sutiles y silentes fuerzas que se manifiestan constantemente en diversas formas en el
mundo material. Lo semejante engendra y atrae a lo
semejante. Cual sea nuestro tipo pr edominante de
pensamientos, tal será nuestro tipo y condición
predominante de conducta. La índole de pensamientos que alimentamos produce sus efectos en nuestr as energías y en las condiciones del cuerpo. El
pensamiento vigoroso, positivo y esperanzado, estimula y vivifica. El pensamiento deprimido y siniestro debilita el cuerpo y da lúgubre aspecto al
semblante. Por otra parte, la mente se habitúa a los
pensamientos que más de ordinario sostenemos. Cada
pensamiento reproduce algo peculiar de su índole.
Dice un autor al tratar de los efectos de cierta clase
de pensamientos y emociones en las condiciones
corporales : "Sabemos por personal experiencia que
la angustia, el temor, el tedio, el odio, la venganza,
la avaricia, la tristeza, y en general toda emoción
siniestra, debilita y perturba la mente y el cuer po.
Se ha demostr ado que pr oducen venenos en el
organismo, deprimen la circulación, alteran la
calidad de la sangre, disminuyendo su vitalidad,
afectan los centros nerviosos y paralizan
la actividad corporal. Por otra parte la fe, la esperanza, el amor, el perdón, el júbilo y todas las emociones positivas y enaltecedoras mantienen la armonía y estimulan la circulación y la nutrición.
Quien no se deja dominar por temores ni presagios, no cede al desaliento, sino que mantiene positivos y alentadores pensamientos que de continuo le
auxilian en su empresa. Sus vigorosos, positivos y
por lo tanto creadores pensamientos favorecen la
realización de su ideal. Hay quienes menosprecian
las ideas, pero muy tr iste ser ía este mundo si no
fuese por las ideas y los ideales. Cada máquina supone de antemano una pur a idea en la mente del
inventor. Todo edif icio material tomó su pristina
f or ma en el pensamiento. Toda obr a, cualquiera
que sea su índole, tiene su origen en el reino inmaterial antes de concretarse en forma material.
Por lo tanto, conviene que tengamos ideas e ideales
y no es tarea inútil construir castillos en el aire con
tal de darles material revestimiento y que lleguen a
ser castillos cimentados en el suelo. Accidentalmente pueden quedarse en caballas, pero muchas veces, tina grandiosa visión y una dilatada experiencia nos dan a entender que la felicidad y satisfacción en el interior de una cabaña pueden aventajar a las condiciones de existencia en un grandioso castillo.
Los hombres de éxito son invariablemente homb r es d e f e, p or qu e la f e ab so lu ta es u n o d e lo s
esenciales elementos y secretos del éxito. Debemos
conocer, y a los jóvenes les conviene principalmente
este conocimiento, que cada cual lleva en sí su éxi-
to o su fr acaso, que no dependen de condiciones
externas.
A quien está animado por la fe, nada le
abate ni le acobarda. Si las circunstancias le estorban por un camino, toma otro y sigue adelante.
Las circunstancias sólo se atr even con los débiles, y siempr e ceden el paso a los enér gicos. Lo
esencial es sacar el mejor partido posible de las condiciones en que uno se halle, forjarse un ideal, por
imposible que parezca, creer en él y confiar en la capacidad de realizarlo, y no cruzarse perezosamente
de brazos en espera de que por sí mismo se realice,
sino aprovechar la primera oportunidad que se ofrezca,
creyendo firmemente que al dar un paso cobraremos
mayor fuerza para dar otro y otros hasta alcanzar el
ideal.
Hablamos del hado muchas veces, como si fuera
algo extraño a nosotros, olvidando que el hado depende siempre de nuestra condición. Un hombre decide su propio hado o suerte, según la índole de
pensamientos habituales que influyen predominantemente en su conducta. Su pensamiento es el timón
que determina el rumbo de su vida, y si es negativo
y vacilante navega a la deriva. La suerte no es algo
tangible que nos domine independientemente de
nuestra voluntad. Mediante el conocimiento y el uso
inteligente y definido de la sutil, pero potente fuerza
del pensamiento, acondicionamos las circunstancias ;
pero si carecemos de este conocimiento o no lo
empleamos con acierto seremos juguete de las
circunstancias.
Digamos con el poeta Henley:
"Más allá de la noche que me cubre negra como
un profundo abismo, me congratulo de cuanto los
dioses den a mi invencible alma."
Los pensamientos que mantenemos no sólo deter minan las condiciones de nuestr a pr opia vida,
sino que, acaso de manera mucho más eficaz de lo
que nos f iguramos, influyen en las personas con
quienes convivimos y nos relacionamos. Aun sin
percatarse de ello, todos reciben su influencia.
Los pensamientos de benevolencia, simpatía, magnanimidad, cariño, en una palabra, cuantos emanan
de un espíritu de amor, influyen positiva y estimulantemente en los demás e inspiran en ellos la misma
índole de pensamientos y emociones, que retornan a
nosotros con sus placenteras influencias.
Los pensamientos de envidia, malicia, odio o morbosidad, influyen igualmente en el prójimo e inspiran la misma índole de pensamientos y emociones, o
bien producen otros sentimientos antagónicos cuya
per sistencia amortigua las simpatías y las relaciones
amistosas.
Mucho oímos hablar de magnetismo personal. Un
cuidadoso análisis revelará que quien posee en notable grado el elemento de magnetismo personal, es
de carácter magnánimo, valeroso, resuelto, cuyos positivos
pensamientos influyen de continuo en otros e inspiran
la misma cualidad. No es posible que posea
magnetismo personal, ni aun en leve grado, aquel
cuya mente y corazón carezcan de positivas
cualidades. Quien desee tener amigos ha de ir r adiar habitualmente pensamientos amistosos, esperanzados, de benevolencia y amor. Quien no cultiva
pensamientos benévolos, placenteros y agradables es
una rémora para todos.
De ordinario descubrimos en las personas las cua-
lidades que mayormente anhelamos poseer o las
predominantes en nuestro carácter. Cuanto más generoso, tolerante y benévolo, menos propenso es uno a
la crítica y la maledicencia porque sólo ve el aspecto
luminoso del prójimo.
Dice Jeremías Bentham:
"Para amar a la humanidad, no debemos esperar mucho de los hombres."
"Para amar a la humanidad, no debemos esperar mucho de los hombres."
Tuvo Goethe todavía una visión más prof unda al
decir : "¿Quién es el hombre más feliz ? El que aprecia
el mérito de los demás y se goza en sus alegrías tal
como si fueran propias."
La principal característica del maldiciente es que prefiere
vivir en los miasmáticos fondos de la vida, revolcándose
en el cieno y alegrándose de los defectos ajenos. Los
caracteres magnánimos ven lo bueno y simpatizan
con las debilidades y flaquezas de los demás. Saben
también que es ridículo señalar las fragilidades ajenas,
teniéndolas propias.
Únicamente el hombre perfecto está autorizado
p ar a juzg ar a o tr o s ; y sin emb ar go , cu anto más
perfecto es un hombre, más benévolo y tolerante se
muestra con el prójimo, y de nadie murmura ni a
nadie juzga.
La vida se acr ecienta y enaltece por la simpatía, benevolencia y toler ancia, no por el cinismo n i
la maledicencia. Dice Ed win Mar kham:
"Mi
enemigo trazó un cír culo dejándome f uera y llamándome hereje y rebelde; pero el Amor y yo tuvimos mafia para vencer y trazamos un círculo que lo
encerró dentro."
RODOLFO WALDO TRINE
Excelente artículo... Enhorabuena, me ha encantado
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